domingo, 27 de junio de 2010

Nueve Lunas


Tu mano pequeña se agarró fuertemente a la mía. La calidez de la piel fresca y seca produjo sensaciones en mi espíritu, devolviéndome a tiempos pasados. Una felicidad olvidada trajo recuerdos alojados en mi mente y, sin poderlo evitar, mis ojos se inundaron de matices salados que, sin control, conformaron unas lagrimas emocionadas ante el espectáculo de la vida que protagonizas.

Tus ojos desafiantes, aún sin ver, respondían a mis insinuantes muestras de cariño que percibía recíproco. De ese modo dabas un saludo a una vida recién inaugurada.

Cinco minutos, tan solo cinco, y se produjo el milagro. Los afectos afloraron. Mutuos. De reconocimiento. Acomodándose.

Miré hacia atrás y pude comprobar como mi hermano, intentaba inútilmente controlar también las lagrimas que se le escapaban, acostumbrado a hacerse el fuerte no pudo escapar al maravilloso misterio que acababa de producirse, cruzamos nuestras miradas y con un guiño de complicidad unimos nuestras manos. Inevitablemente surgió el recuerdo del tiempo vivido muchos años atrás, cuando él me cogía de la mano para llevarme al colegio o a jugar.

El pequeño David acababa de nacer, el hijo de mi sobrina. Bienvenido pequeño.