miércoles, 4 de noviembre de 2009

MI JARDIN ZEN I



Vivo en una pequeña urbanización del área metropolitana de la ciudad, es una de esas urbanizaciones compuesta de chalets adosados con un pequeño jardín.

Yo tenía un jardín coqueto, con flores y césped. Nada especial, bastante común, infrautilizado eso si, debido a la climatología de mi ciudad, que no permite utilizarlo más allá de tres meses al año.
Durante las tardes de verano solía estar en él tomando el sol tranquilamente al tiempo que leía un libro o simplemente cerraba los ojos dedicándome a pensar, soñar o simplemente dejar que el tiempo pasara suavemente.

Hace dos años ocurrió algo, en Castilla-León hubo una gran plaga de topillos, si, esos pequeños ratoncillos de campo, inofensivos y de carita simpática, pero que se dedicaron a fastidiarme durante todo el verano. Me explico, tengo autentico pavor a los roedores, más que por el animal en sí, por las connotaciones psicológicas que en mi provocan, los identifico con enfermedad, suciedad, abandono y con la muerte.

Visto el panorama me dediqué con ahínco a proteger la casa y el jardin de la terrible plaga a la que nos enfrentábamos y que era visible en carreteras, caminos etc., jamás dejábamos una puerta al exterior abierta y nos protegimos con mosquiteras ,herméticas, para impedir su entrada.

En el jardín puse todo tipo de cebos, ratoneras… En definitiva, todo lo que la sabiduría popular y las nuevas tecnologías me aconsejaban. Esto llegó a ser una gran obsesión para mi, hasta el punto que me producían pesadillas, terrores nocturnos y un gran malestar. La tranquilidad se había roto.

Una tarde, decidí armarme de valor y bajar a tomar el sol, fue una costosa decisión, tome todo tipo de cuidados tales como tumbarme en una hamaca bastante alta, y por supuesto no pisar jamás con los pies desnudos ninguna parte del jardín. Después de todas estas precauciones me dispuse pues, a leer tranquilamente, eso creía yo, el libro que en aquel momento estaba en mis manos.

Curiosamente el libro era Pompeya (Robert Harris), qué casualidad, todo se ponía en contra mía; pasajes de destrucción, ruina, muerte y desolación. Me hice la fuerte e intente concentrarme desoyendo los mensajes que mi cerebro llevaba mandándome durante algún tiempo y a los que yo no quería dar crédito.

En un momento, en el silencio de mi propia concentración, comencé a oir suaves sonidos que no conseguía identificar, paré de leer y sin moverme, dirigí la vista hacia el suelo del jardín. No había nada extraño. Tonterías mías, volví a la lectura y de nuevo, los mismos sonidos.
Definitivamente, voy a tener que empezar a pensar en serio que mi grado de obsesión puede llegar a ser patológico.

Y entonces ocurrió. Levanté de nuevo la vista y contemplé como un pequeño ratoncillo estaba parado frente a mí y me miraba con osadía, con provocación, no se si quería ser mi cómplice o me estaba jugando una mala pasada. No pude reprimir el grito que seguro a él le asusto ya que inmediatamente corrió hacia su refugio.

Él, no se si del susto se atrevió a volver a salir, pero yo no volví a bajar a mi jardín.

A mediados de octubre le planteé a mi marido la decisión de remodelar totalmente el jardín de cara al próximo año y debido al calvario por el que estaba pasando, decidí después de darle muchas vueltas que convertiría mi jardín en “Mi jardín Zen”, esta decisión cubría dos objetivos mi gusto creciente por lo oriental y la búsqueda también creciente de la espiritualidad e interioridad a la que me estaba acercando.

A partir de aquí fue ponerse manos a la obra, pero esa, que es otra peripecia, lo contaré en una segunda parte.