lunes, 31 de mayo de 2010

“No me quiero ir”



Susurraba mimosa, “No me quiero ir, no me quiero ir”, lo decía en alto esperando que el milagro sucediese, que alguna vez su voz fuese escuchada, que los milagros existieran, que el mundo acabase y la cogiera allí. Que se fundiera por y para siempre, que sus sueños se hicieran realidad, no podía existir otro momento, era ese y lo quería atrapar.

Sucedía ésta misma mañana, la calidez del sol recién estrenado, el primer sorbo del café, el intenso olor de la higuera del jardín, el sabor a sal inundándolo todo, la luz dolorosa sobre mis ojos claros, la calidez de los buenos días dichos con la cercanía de la buena gente del lugar, que dejó de ser amable, para ser también amiga.

- Esta noche soñé con el atún de la cena de anoche, dale mi enhorabuena al nuevo cocinero.
- No. Dásela tú. Es él.
- Jamás probé un sashimi como el de ayer. Lo juro... Lo que dije es cierto, he soñado con él.

Es mi comida favorita, y este su mejor momento, piezas capturadas allí mismo, hace menos de veinticuatro horas de ello; El atún rojo.

Mi hijo me regaló por el día de la madre, una estancia de fin de semana, en el hotel “La Breña” en Caños de Meca y aprovechando el cumpleaños de mi marido, lo amplié regalándonos un día más, tres días, tres.

Ha sido un fin de semana emocionante. Por fin, tras varios años intentándolo, he conseguido ver de cerca una almadraba, la de Barbate, calada a unas tres millas de la costa, entender este arte de pesca milenario, ver los atunes en el cerco, conocer el laberíntico entramado de redes para posibilitar la entrada de los mismos y facilitar su captura, de manera natural, sin dañar la especie, sin poner en peligro la continuidad es una experiencia como pocas.

Me gusta venir a los Caños. Esa mezcla romántica de los años setenta, la juventud que todo lo inunda e impregna. Un cierto aire snob que unido a la gente del lugar, el apego a sus costumbres y un ligero toque canalla, todo ello confiere a la zona un ambiente especia en el que me siento bien.

Descubrí, por casualidad, hace tres años el hotel donde me alojo. Desde ese momento me reservo siempre unos días para ir; Pequeño, coqueto, cercano, familiar, siete habitaciones, solo siete, y siempre ocupadas por los asiduos que repetimos año tras año, porque habéis conseguido con vuestra profesionalidad y saber hacer, Alberto y José Manuel, convertir vuestra casa en la nuestra en la de todos que por allí pasamos.

Pierdo mi vista en el horizonte, camino entre las dunas veo caer el agua de los caños, paro y sueño, me siento, y siento como la vida fluye. De como, la felicidad, sorbo a sorbo se puede saborear.

Gracias, hijo, por quererme tanto y conocerme tan bien.