domingo, 8 de noviembre de 2009

MI JARDIN ZEN II



Muchas veces he reflexionado, sobre como las casualidades se convierten en hechos fundamentales en la vida de las personas, y profundizando un poco más, casi me atrevería a pensar que nuestras vidas en muchos casos se deben a la casualidad. Por supuesto, esto dicho así podría resultar un análisis excesivamente simplista sobre la vida y sus aconteceres. Soy consciente que la programación de nuestras actividades, la familia, los entornos etc. son fundamentales en la vida de cualquier persona, pero reivindico la casualidad como algo más que lo simplemente anecdótico en la vida de la gente. Al menos en la mía, y en algunos aspectos de ella, podría decir que se ha forjado en torno a las casualidades.

Esto viene a cuento de cómo se conformó “Mi Jardín Zen”, fruto ciertamente de una serie de hechos, pero quiero rendirle también su valor a la casualidad. Gracias a ella mi jardín existe y tener un jardín zen para los que os hayáis acercado algo a lo oriental sabréis que no es un mero “marco estético” o una “moda”, conlleva mucho más.

Retomando la historia anterior, decía que pasado el verano, me propuse transformar mi jardín. Mi marido se enganchó inmediatamente a la idea y entre los dos, nos lanzamos a buscar el diseño
ideal del mismo, leímos, investigamos y por fin, decidimos como debía de ser.

Teníamos un largo trabajo por delante, había que desmontar el jardín anterior, levantar el césped, sacar tierra, preparar la base para cimentarlo y que éste no fuera arruinado posteriormente por restos del anterior.

Yo, que dispongo de poco tiempo, y no soy muy dada a obras en la casa, me pareció complicadísimo, pero mi marido que en esos momentos andaba bastante por casa y no precisamente pasando uno de sus mejores momentos, decidió, que lo haría él y que no precisaría ayuda de nadie para realizarlo, consideró que el momento era idóneo y que el esfuerzo físico sería un bálsamo.

Claro, él no sabia en lo que se estaba metiendo, ni yo tampoco.

Había que desmontar el jardín anterior y rebajarle unos cincuenta centímetros la altura de tierra para que quedara al nivel deseado.

Nadie puede imaginarse lo que es reducir cincuenta centímetros de altura a un perímetro de sesenta metros, de allí empezó a salir tierra y más tierra, primero había que picar, después introducir toda esa tierra en bolsas, cargar con ellas, y depositarlas en el contenedor contratado al efecto.

Me arrepentía tanto de mi propuesta viendo el trabajo que estaba dando, que en más de una ocasión, estuve a punto de tirar la toalla, o contratar a alguien para que hiciera el trabajo. Pero no, queríamos que fuera algo nuestro, o, mejor dicho algo mío. Malditos topillos maldecía para mis adentros continuamente. La que me han liado.

Una de esas mañanas en que mi marido cavaba le observé sin que se percatara de mi presencia, contemplé su imagen autista, trabajaba con una actividad tan inusitada que me causaba dolor. Pensé, no sé que hace. No sé si entierra malos momentos o labra tiempos futuros. Porqué me habré metido en esto? Me sentía tan culpable del gran esfuerzo que realizaba, que ya no me planteaba ni una sola modificación al proyecto inicial, aunque pensara que podría quedar mejor de tal o cual manera. Yo no decía nada, solo deseaba que llegara el fin de semana para poder colaborar con él y liberarle un poco de la terrible carga en la que le había metido.

Y así lo hicimos los fines de semana al alimón, picábamos, cargábamos y extenuados, parábamos cada hora para tomar un café o simplemente fumarnos un cigarrito…

Fue por el mes de Abril cuando quedó preparado el terreno para el diseño final. Uff… por fin.
 
Decidimos realizar una superficie de madera que nos sirviera como solarium y cenador con el jardín al fondo.

Al tiempo, empecé a preparar lo que más disfruto. Planifiqué una fiesta con nuestros amigos para darle la bienvenida al evento y al próximo verano. Fiestas, que son ya tradicionales en mi casa. Recibimos de este modo la época que más nos gusta, siempre de manera anticipada, en primavera, para hacernos creer a nosotros mismos que el verano llegará antes si siempre realizamos el rito. Tonterías mías, pero disfruto casi más con los preparativos, casi no, mejor dicho, sin casi, que con el evento en sí. Soy de puestas en escena, el mise en place, ya lo habréis notado.

Todo estaba dispuesto, mis amigos habían recibido un mail cada uno con una fecha y una invitación, no sabían nada de la remodelación, iba a ser una sorpresa, solo habían recibido unas pequeñas instrucciones para el evento y que no se sintieran fuera de lugar, a ellos también les gusta la parafernalia de los acontecimientos y están acostumbrados a este tipo de iniciativas.

El jardín estaba precioso, mi marido decidió que tanto esfuerzo, voluntario por su parte, era su homenaje a mí y a mis gustos, reconozco, un tanto caprichosos. Yo, me sentía orgullosa. Decidió inmortalizar el evento con un texto y una reflexión en grafía japonesa, en Kanji e Hiragana.


Una tarde, a principios de Mayo, habíamos ido a recoger a nuestro hijo al campus donde entrena, y empezó a llover levemente, otra vez, mi intuición me jugó una mala pasada, decidí irme inmediatamente a casa y pedí a mi marido que se quedara esperando al niño.

Llegar a casa ya fue una autentica odisea, comenzó a llover de tal manera que no conseguía ver la carretera, al llegar, lo primero que hice, fue bajar al jardín y me quedé contemplando como la fuerza de la naturaleza iba a hacer estragos.

Curiosamente suelo perder los nervios ante situaciones de este tipo, pero esta vez no fue así.

Me quedé en una esquina, contemplando el desastre, mi jardín iba quedando anegado por el agua y no había posibilidades de hacer nada. Había cincuenta centímetros de agua, las maderas flotaban, y el jardín zen, mi jardín, había desaparecido.



¿Qué me estaba pasando? Inmediatamente volvieron a mi cabeza las imágenes, otra vez el horror, ¿Por qué me ocurre esto a mí? aquí, jamás llueve de esa manera, y cuando ha llovido fuerte, nunca mi casa se ha visto afectada.
Decidí que esa “casualidad” de nuevo no podía por menos… que significar algo.

Bueno, esa noche acabamos a las tres de la mañana junto con otros vecinos que también estaban afectados más los bomberos, desalojando agua y echándonos todos unas risas junto con una copita de whisky.

La fiesta, claro que no la pudimos realizar ese año, pero si al siguiente. Reconstruimos de nuevo el jardín y el resultado lo tenéis en la foto.

Ahora, las tardes de verano me refugio de nuevo en él, tomo el sol y leo. Algunas noches, nos tumbamos los tres en la plataforma de madera y contemplamos las estrellas. Si, decididamente era lo que siempre había soñado para este trocito de tierra, y eso si, de vez en cuando no puedo por menos que quedarme quieta y muy callada, por si acaso alguien, de nuevo, se pone frente a mi y me mira a los ojos.