lunes, 26 de abril de 2010

El Assessment



Esta semana, mi empresa me ha convocado para realizar la pruebas de assessment, a los que no les resulte familiar este termino, diré que no es más que una simple evaluación de las expectativas futuras del trabajador en el ámbito de la empresa. A las empresas les ha dado por la manía de utilizar anglicismos con el objeto de parecer que están en la cúspide de la modernidad, esta costumbre no hace más que complicarnos la vida a los normales, ya que si a alguien en el ámbito de la misma se le ocurre preguntar qué es eso (estoy segura que ni los mismos que lo utilizan de manera habitual actualmente lo sabían), empieza a temblar todas las estructuras por tener a gente tan poco puesta.

En esta tarde de domingo, en la que confieso no he hecho nada de nada, me he dedicado a pensar en el asunto. Me lo comunicaron hace ya unos días y hasta hoy no había querido dedicarle mi pensamiento, excepto en el momento inicial, llegué a casa y se lo comenté a mi marido y a mi hijo, y les pedí, a ambos dos (principalmente al adolescente), que por favor mantuvieran una tregua conmigo, ya que necesitaba tener la concentración suficiente para afrontar la “prueba” en las mejores condiciones.

Esta tarde en la que como dije antes no he hecho nada, he pasado revista a cuantos assessment he tenido en mi vida, unos previstos y conocidos y otros, sin saberlo, y empecé a recordar uno, hace ya veintitantos años de él, que mirando para atrás no me ha producido actualmente más que sonrojo, fue un assessment como todos, como casi todos, en el que alguien, que coyunturalmente tiene el poder para decidir algo, se cree Dios y utiliza ese poder para sentirse mucho más importante de lo que en realidad es y creer que por ello tiene el mundo a sus pies. En ese assessment que no era estrictamente laboral, fui invitada por el susodicho a dar un paseo por uno de los jardines emblemáticos de Salamanca; el huerto de Calixto y Melibea, a lo largo de dos enormes horas fui interrogada sobre mi opinión en muy diversos temas, yo que era muy joven entonces no fui capaz de comprender que aquel acto era una pantomima para mayor gloria de mi interlocutor y que dijera lo que dijera la suerte estaba echada, en aquel caso para bien o así lo creía yo por aquel entonces, luego el tiempo me dejó claro que no había hecho más que la tonta accediendo a la misma.

Después, a lo largo de estos veintitantos años más de existencia, he pasado por muchos otros y en mi empresa, por varios. Uno de ellos hace un par de años, el mismo para el que nuevamente me convocan (?), curioso verdad. Al hilo de ello pensaba cual tendría que ser mi actitud en el mismo. La primera idea fue de que debería de hacerlo bien. Mi conciencia quedará a gusto ya que sentiré la satisfacción de la labor cumplida. Sé que aunque no me va a suponer ninguna promoción, como dije antes en la actualidad tengo la plena certeza que la suerte está repartida previamente, con lo cual nada es esperable de este acto. Por otro lado pensé lo contrario, con mi vena rebelde a punto de estallar, no debería de participar en este, a mi parecer, paripé para mayor gloria de otros/as.

No es que yo ponga en duda, Dios me libre, la profesionalidad de las personas que lo van a realizar, o la imparcialidad de la consultora. No. Tampoco dudo de la eficacia de estos procesos. No. Lo que pongo en cuestión es la perversión del sistema, en el que una empresa contrata a su vez a otra para realizar un proceso, por el cual se le paga, y con el objeto de seleccionar a personas que a su vez ya han sido previamente seleccionadas y asignadas a puestos por parte de la primera. En suma, el assessment no deja de ser la coartada perfecta para tener acceso a determinados certificados para la empresa pero que se queda, normalmente, en agua de borrajas para el confiado interesado. Pero no vayas cuando te llaman, entonces sabrás lo que es bueno.

Y aquí estoy, a mis cuarenta y tantos, todavía amigos, debatiéndome entre lo políticamente correcto y lo que no lo es.

La suerte está echada.